miércoles, marzo 3


Sábado 27/02/2010 - 03:34:14 hrs.

Este sábado 27/02 grabé una de las imágenes más impactantes de mi imagenoteca cerebral: La lámpara de mi dormitorio que se movía como un péndulo de lado a lado. Eso, hasta que se apagó.

3:34:14 hrs. del 27 de febrero de 2010
Mi novia me despertó porque escuchaba que de lejos venía una estampida de tiranosaurios que se acercaba muy rápido. Yo, que luego de ver a Arjona estaba muy tenso, había tomado la mitad de un relajante muscular que no me dejaba despertar. Vaya, vaya.

Desperté y salté rápidamente de la cama. Abracé a mi Pamela como si fuera la última vez que la tenía entre mis brazos. Con fuerza y sin saber cuándo habíamos sacado las fichas para ese improvisado tagadá.
Ahí, fundido en ese abrazo, comenzó la confusión: Las luces se apagaron, el ruido aumentaba, los tiranosaurios-rex bailaban con las orcas en el piso de abajo. Escuchaba gritos afuera del edificio (que sonaba como si fuera una carreta tirada por caballos) mientras los vasos que chocaban con las copas, pero afortunadamente que no llegaron a caer. Habían portazos de otros deptos. Mientras nosotros sólo podíamos darnos besos mezclados con abrazos tranquilizadores. El movimiento se detuvo y comenzó la confusión. Parecía que habíamos chocado con un iceberg.

Debo reconocer que luego del minuto y medio de movimiento ya estaba entregado. Sentía que hasta aquí llegábamos. Nos vestimos y tomamos cosas que estaban a mano: Celulares, cigarros, encendedor, llaves, radio a pila, chocolate y la cámara (para registrar el caos) mientras evacuábamos el edificio lenta y silenciosamente (casi como si estuvieramos escapando).

Ya en la calle, oscuro, veo cómo los autos viajaban a 100.000 por hora. Los edificios del frente están a contraluz de una luna llena que iluminaba silenciosa la noche de la catástrofe. Prendo la radio y tate: 8.5º en la escala de Richter con epicentro en la región del BioBío y de ahí, no tener señal del teléfono y no saber cómo está la familia.
En fin. Fue una noche de terror. Un terror que sólo pudieron calmar los abrazos y los muchos besos de mi Pamela. Definitivamente pensé que era la última vez que la veía.

Hoy, estamos todos bien. Lamento las centenares de pérdidas humanas víctimas del orgullo de no reconocer inoperancia y también declaro repudio a los hijos de puta que se aprovecharon de la situación para beneficio de sus living-comedor.

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